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Peter Drucker, considerado el padre del management moderno y una de las mentes más brillantes en cuanto a administración de empresas se refiere, escribió alguna vez: “El liderazgo efectivo se define por resultados y no por atributos, y los resultados se obtienen al explotar las oportunidades, no al resolver los problemas”.
Es así como el binomio liderazgo-consecución de objetivos está estrechamente vinculado a la capacidad de cambiar, de expandir y abrir la mente y, por tanto, de generar influencia para promover de manera constante nuevas y mejores formas de “ser y hacer” en los equipos. Sin embargo, nos enseñaron -y así lo aprendimos- a acumular conocimientos en solitario, a ocultar información, a ser algo agresivos e impositivos para triunfar y, lamentablemente, nos lo creímos.
Quizás por ello cuando el siglo XXI está cercano a cumplir su primer cuarto y nos enfrentamos a avances tecnológicos consecutivos, clientes empoderados y la incertidumbre constante de un mundo cambiante en reinvención, cobra fuerza la visión de quienes como Peter Drucker en el siglo XX advertían que para sobrevivir al siglo XXI las organizaciones debían incorporar a su mapa nuevas competencias que les permitieran la construcción de un liderazgo efectivo, capaz de conducir los cambios y lograr resultados.
¿Y cuáles son esas competencias?
Una de ellas es la Inteligencia Emocional (IE), un término acuñado por Daniel Goleman en 1995 que ha demostrado ser un factor determinante para alcanzar el éxito profesional y personal.
Y no se trata de entender cómo Bill Gates logró construir su emporio cuando apenas cursaba los primeros semestres de estudios en la Universidad de Harvard y descubrió el lenguaje Basic. O de cómo Sergey Brin y Larry Page, estudiantes de Stanford lograron crear un enrutador para rastrear el número de enlaces hacia las páginas web. Hablamos de aceptar que tal y como lo plantea Goleman en su libro “Inteligencia Emocional”, los líderes resonantes desarrollan una actitud que les permite “reconocer sus propios sentimientos y los ajenos, motivarse y manejar bien las emociones para construir más y mejores relaciones”, es decir, para hacer que la creación de un lenguaje de programación y un rastreador de páginas web se convirtiera en Microsoft y Google, respectivamente.
Pero ¿Qué distingue a los líderes emocionalmente inteligentes? Definitivamente su capacidad de despertar, de forma natural, resonancia y pasión. Resonancia, para gestionar los pensamientos y las emociones de las personas hacia la dirección adecuada, incluso en medio de circunstancias difíciles. Y pasión para aumentar la fuerza y la voluntad a través de una visión movilizadora, que hace uso de la empatía para sintonizar con los colaboradores y del respeto la comprensión y la confianza para conducirlos con éxito.
Por: Luisana Mata Pereira